En la furia
Mi bisabuela Mercedes fue una mujer fuerte. Lideraba varios grupos de trabajadores, llevaba las cuentas de su casa, cazaba. Eso sí, la escopeta estaba a nombre de su marido: no estaba bien visto que las mujeres manejasen armas. Una vez, mientras cazaba, se encontró con un lobo. Bajó el arma, el lobo la miró, ella le devolvió la mirada. Se dejaron pasar. Cuando me contaron la historia pensé, claro, el lobo no tiene por qué atacar, otra cuestión es lo que nos contaron, los cuentos que nos contaron para darle formas al miedo. Mi bisabuela Mercedes fue una mujer fuerte: eso suele decirse de aquellas que no siguen al completo el mandato de género que toca a cada época y lugar. Las que hacen cosas “de hombres”. Como si las demás fuesen en cambio débiles, como si soportar ese mandato, ser mujer, no fuese ya de por sí una prueba de fuerza. En la furia se interroga por los lugares que hemos construido como fuerzas, como debilidades, como miedos y deseos, históricamente anclados en los cuerpos de las mujeres. Su estigmatización patriarcal, su uso como chivo expiatorio de terrores sociales, su caza de brujas, su masacre sistemática. Los dolores, pero también los gozos, con las grietas que abren. Una pregunta que se hace herida, grito, víscera: ¿acaso la historia permite la esperanza?